INTRODUCCIÓN
El sacrificio suele tratarse como
una antigualla del pasado primitivo del hombre; se descartan los esfuerzos de
dirigir la atención a un origen divino en términos de las Escrituras, y se nos
dice que «todas las teorías monogénicas del origen del sacrificio se pueden
repudiar sin miedo desde el principio». Estos desdenes petulantes descansan en
la creencia en el hombre autónomo y su cosmovisión contraria a Dios.
El sacrificio es básico para la
fe bíblica, y es básico para la ley bíblica. Toda consideración de la ley
bíblica debe por necesidad reconocer la centralidad del sacrificio.
Al analizar el significado del
sacrificio para la ley (porque nuestro interés aquí es legal antes que
soteriológico), es necesario,
Primero, reconocer que el sacrificio bíblico requiere una doctrina de sacrificio humano
que a la vez rechaza al hombre pecador como el sacrificio. Como Vos observó al comentar sobre el sacrificio
de Isaac (Gn 22), «el sacrificio de un ser humano no se puede condenar en
principio».
Todavía más, Todo el sacrificio
bíblico descansa en la idea de que entregarle la vida a Dios, bien sea en
consagración o en expiación, es necesario para la acción o restauración de la
religión. Lo que pasa del hombre a Dios no se considera como propiedad, sino
que, aun cuando sea propiedad para un propósito simbólico, siempre significa en
último análisis entregar la vida. Y en la concepción original, esto no es ni en
expiación ni en consagración la entrega de vida ajena; es la entrega de la vida
del mismo oferente.
El segundo principio que subyace en
la idea es que el hombre en relación anormal de pecado está descalificado para
ofrecer esta entrega de su vida en su propia persona. Aquí se trae a colación el
principio vicario: una vida toma lugar de otra vida.
En el AT se desaprueba no el
sacrificio de la vida humana como tal, sino el sacrificio de la vida humana
pecadora promedio. En la ley mosaica estas cosas se enseñan mediante un
simbolismo elaborado.
Nótese que el sacrificio sirve
tanto para expiación como para consagración. Es, como Vos señaló,
«la entrega de la vida del mismo oferente», y sin embargo, debido a la descalificación del pecado, se
introduce «el principio vicario», o sea, un sustituto provisto por Dios.
Oehler, al considerar todas las formas de ofrendas y sacrificios, declaró: «La naturaleza esencial de una ofrenda en
general es la devoción del
hombre a Dios, expresada en un acto externo». Esto, entonces, es la
esencia del sacrificio, la devoción
total del hombre a Dios.
Segundo, esta devoción verdadera y total a
Dios requiere obediencia a la ley de Dios
en amor y fe. A los Diez Mandamientos le siguen llamados a la obediencia
en total devoción: «Y amarás a
Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas» (Dt 6:5; cf. vv. 1-6).
Antes de que se describieran los
sacrificios en la ley, Moisés,
en el Sinaí, exigió obediencia en el primer día (Éx 19: 5, 6) y, en el tercer día, se dictó la
ley y se ofrecieron sacrificios (Éx 19:10—24: 8).
Es evidente que Jeremías se
refería a esta primacía de obediencia a la ley (Jer 7: 21- 24). Los sacrificios
debían ir ligados a la obediencia, según Jeremías 33: 10, 11, y serían en el
día de la restauración. Los profetas denunciaban los sacrificios puramente formales;
se requería obediencia para darle al sacrificio significado como la plena
devoción del hombre a Dios.
Tercero, el sacrificio físico del hombre
pecador como ofrenda a Dios es una ofensa aterradora contra él e invita el
juicio (Jer 7:30-34). Puesto que la esencia del sacrificio es la devoción del
hombre a Dios, el sacrificio humano representa un intento de soslayar la ley de
Dios y buscar un camino a Dios hecho por el hombre.
El sacrificio humano es así humanístico
hasta la médula; es expiación por el hombre en sus propios términos.
Cuarto, es obvio que los sacrificios, a
diferencia de las ofrendas, tipificaban a Cristo, el hombre sin pecado y
perfecto, que, en perfecta devoción a Dios, cumplió por completo la ley.
Cristo, como el hombre sin pecado, fue el sacrificio aceptable en la expiación
por los pecados de los elegidos, que son recibidos por su sangre expiatoria. De
aquí que, para representar a Cristo, el animal ofrecido tenía que ser sin
defecto.
Quinto, los sacrificios se exigían de
todos los creyentes como vínculos de paz y unidad con Dios. Los que no están
cubiertos por el sacrificio de Cristo están bajo sentencia de muerte. En el
sistema sacrificial, el creyente «pondrá su mano sobre la cabeza del
holocausto» (Lv 1: 4), o, más literalmente apoyará su mano.
Ciertas porciones del sacrificio
y de todas las carnes eran porciones reservadas, prohibidas para el hombre; la
sangre, la grasa o gordura, los riñones con la gordura encima, y, en el caso de
las ovejas, la cola (también grasa); éstas eran las porciones continuamente
reservadas, a diferencia de las porciones reservadas para el sacerdote. (Éx 29:
22; Lev. 3: 9; 7:3, 4; 8:25; 9:19, 20). Los sacrificios de animales que eran
aceptables eran de ganado (bovino), ovejas (bovino), y cabras (caprino); de
aves, palomas y pichones; todos estos estaban en la clase de animales «limpios»
(Lv 9:3; 14:10; 5:7; 12:8; Nm 28:3, 9, 11; 7:16, 17, 22, 23; etc.).
EL DERRAMAMIENTO DE SANGRE ERA BÁSICO
PARA LA UNIDAD DEL CREYENTE CON DIOS.
Oehler anotó:
El mediador del pacto primero le
ofrece a Dios en la sangre una vida
pura, que viene entre Dios y el pueblo, cubriendo y expiando al último.
En esta conexión él rociamiento
sobre el altar no significa solo la aceptación de Dios de la sangre, sino que al mismo tiempo consagra el lugar en el
cual Jehová entra en
interacción con su pueblo.
Pero cuando Dios acepta una
porción de la sangre se la
aplica todavía más al pueblo por un acto de rociamiento, y esto para significar que la misma
vida que se ofrece en expiación por el pueblo también tiene el propósito de consagrar al mismo pueblo a la
comunión del pacto con Dios.
El acto de consagración así se
convierte en un acto de renovación
de la vida, una traducción de Israel al reino de Dios, en el cual es llenado de energía divina vital, y
es santificado para ser un reino de sacerdotes, un pueblo santo.
TODOS DEBEN ESTAR BAJO LA SANGRE, O
ESTÁN BAJO CONDENACIÓN.
Sexto,
el sistema
sacrificial incorporaba en la ley un principio básico: mientras mayor la
responsabilidad, mayor la culpabilidad, mayor el pecado. Esto se expone con
claridad en Levítico 4, según lo cual hay cuatro niveles o grados de pecado:
(1)
Del sumo sacerdote, 4:3-12, cuya ofrenda de pecado requería un becerro, el sacrificio
más grande y más costoso. «Esta era la misma clase de ofrenda cuando toda la
congregación pecaba». Los líderes religiosos, debido a que tienen una responsabilidad
central con respecto a la ley de Dios, son mucho más culpables, y Dios los
juzga mucho más severamente.
(2)
El pecado de toda la congregación es lo que sigue en consecuencia, 4:13-21; «la
congregación» aquí se refiere a la nación hebrea. El pecado colectivo de un
pueblo es pecado de verdad; puede ser pecado de ignorancia, o desobediencia a
la ley, pero con todo es pecado. El sacrificio exigido era de nuevo un becerro.
(3)
El pecado de un gobernante, magistrado o funcionario civil, es el siguiente en
orden de consecuencias. La ofrenda del pecado aquí es «un macho cabrío sin
defecto» (4:22-26). El término «gobernante» incluye a «todos los magistrados
civiles. Su alta responsabilidad aquí se muestra aquí tanto como en Pr 29:12:
“Si un gobernante atiende la palabra mentirosa, Todos sus servidores serán
impíos”». Es más, el texto habla de «Jehová su Dios» porque «el gobernante está
obligado especialmente a ser un hombre de Dios».
(4)
Los pecados de los individuos, de cualquiera del pueblo de la tierra, son los
últimos en el orden de pecados (4:27-35). De los acomodados, los prósperos, se
requería una cabrita; si no podían traer una cabrita, podían ofrecer una oveja.
Para los pecados de inadvertencia, los pobres podían llevar dos palomas o dos
pichones (Lv 5:11); para otros sacrificios también, era posible esta ofrenda de
pobre.
Así que algunos individuos tenían
una responsabilidad casi igual a la de los gobernantes, porque gobernaban un patrimonio
o segmento de la sociedad. Psicológicamente, una cabrita es inferior a un
cabrito; productivamente, su potencial es mayor. Algunos individuos podían a
veces ejercer un poder mayor que las autoridades civiles, y su pecado es
conmensurable a su responsabilidad.
Más aleccionador en la lista es
la clara y gran prominencia que se da a los dirigentes religiosos, y el lugar
marcadamente inferior que se da a las autoridades civiles. Según Proverbios
29:18, «Sin profecía el pueblo se desenfrena; mas el que guarda la ley es
bienaventurado».
La palabra «profecía» se refiere
al «ministerio profético», sin el cual «el pueblo se desenfrena». La ley y el
orden dependen de la proclamación fiel de la palabra-ley profética de Dios, y,
sin ella, surge la anarquía social.
Séptimo,
la
ignorancia de la ley no es excusa, ni tampoco los pecados de inadvertencia son
menos pecados. Esto es claro de Levítico 4 y 5, que especifican los sacrificios
por tales pecados. Bonar llamó la atención a la importancia de este aspecto de
la ley: Aquí, también, aprendemos que «el pecado es infracción de la ley» (1 Jn 3:4).
No es solo cuando actuamos en
contra a los dictados de la conciencia
que pecamos; a veces podemos pecar y la conciencia nunca nos molesta.
El hombre moderno autónomo considera
como pecado, si es que lo considera, solo lo que molesta a su conciencia. Pero
la ley bíblica sostiene que el pecado y la iniquidad pueden ocurrir sin saberlo
uno. El hombre, de hecho, puede pecar en buena conciencia, pero esto no altera
el hecho de que peca; el criterio de si es transgresión no es la conciencia del
hombre sino la ley de Dios. El canibalismo y el sacrificio humano se han
practicado como a plena conciencia, y también como mucho más. La conciencia del
hombre caído no es criterio legal.
Las principales ofrendas de la
ley mosaica eran holocaustos, ofrendas de harina, ofrendas de paz, ofrendas de
pecado, y ofrendas por transgresión. Los holocaustos, que consistían en
becerros, cabras, carneros, ovejas, palomas o pichones, se quemaban por entero
en el altar, excepto por la piel del animal, que le correspondía al sacerdote
(Lv 1; 6:8-13; 7:8).
Las ofrendas del pecado y
ofrendas por transgresión, como hemos visto, eran machos o hembras del rebaño,
o palomas y pichones, y una décima parte de un efa de harina. Todas las
ofrendas por el pecado, excepto las porciones reservadas para Dios, iban al
sacerdote (Lv 6:24-30); y lo mismo era cierto de algunas de las ofrendas de
transgresión (Lv 7:1-7).
Las ofrendas de harina consistían
de harina fina, espigas verdes de grano, incienso, aceite y sal; de nuevo, una
porción iba a los sacerdotes (Lv 2; 6:14-23). Las ofrendas de paz eran machos o
hembras del hato y rebaño, de becerros, ovejas y cabras; también eran tortas sin
levadura y hojaldres untadas con aceite. Pero también se podía usar pan con levadura
(Lv 3; 7:11-13). La porción del sacerdote era la espaldilla y la pechuga.
El hecho de que las ofrendas que
eran representantes vicarias del pecado del hombre llegaban a ser comida
aceptable para los sacerdotes tenía un aspecto simbólico. «El memorial de la
masa de pecado se consume en el fuego de la ira; pero el sacerdote toma su
porción, a fin de mostrar que el pecado es limpiado de la masa». Pero, octavo, antes de que la limpieza
pudiera ocurrir, la ley requería restitución.
LA META DEL SACRIFICIO Y DE LA LEY ES
LA RESTAURACIÓN DEL ORDEN LEY DE DIOS.
El requisito de restitución se
dirige al hombre y a Dios. Bonar comentó, con referencia a Levítico 16, El
transgresor no debe ser el que gana al defraudar a la casa de Dios. Debe sufrir,
aunque sea en cosas temporales, como castigo por su pecado. Debe traer, además
de la cosa que ha defraudado a Dios, dinero en cantidad igual a una quinta
parte del valor de la cosa. Esto se entregaba al sacerdote como jefe del pueblo
en las cosas de Dios, y representante de Dios en las tareas santas.
Debía ser un diezmo doble porque era un intento de
defraudar a Dios. (El diezmo que se daba de manera regular era un
reconocimiento de que Dios tenía el derecho a las cosas de las que se daba el
diezmo; y este diezmo doble era un reconocimiento de que, en consecuencia a
este intento de defraudarle, se debía reconocer doblemente su derecho).
Finalmente, noveno, una ofrenda leudada era parte
de la ofrenda de paz, hecho importante (Lv 7:13). Algunos toman la levadura
como símbolo o tipo del pecado; es más bien un símbolo de la corruptibilidad.
Como ofrenda de paz, esto era aceptable. Otras ofrendas habían establecido la
expiación del hombre mediante la sangre de un inocente y sin defecto. El hombre
ahora estaba en comunión con Dios, y las obras del hombre, aunque defectuosas,
se vuelven por eso aceptables a Dios.
Todos los servicios del hombre a
Dios tenían un elemento de corruptibilidad; sus obras, edificios, ofrendas y
esfuerzos decaen y desaparecen. Son con todo un cumplimiento de la ley de Dios
y sacrificio aceptable. La aceptación de las obras del hombre descansa no en su
perfección, sino en la perfección de Dios y en la provisión divina de expiación
para sus elegidos. La obediencia del hombre a la ley es ofrenda leudada,
claramente corruptible, y sin embargo cuando es fiel y obediente a la autoridad
y orden de Dios, es un «sacrificio» agradable a su vista y sin duda tendrá de
Él recompensa.