EL SEGUNDO MANDAMIENTO. 1. EL ACERCAMIENTO LEGÍTIMO A DIOS

ITRODUCCIÓN

No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás; porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen, y hago misericordia a millares, a los que me aman y guardan mis mandamientos. (Éx 20:4-6, cf. Dt 5:8-10).
El primer mandamiento prohíbe la idolatría en el sentido amplio. No puede haber otro dios que el Señor. Esos otros dioses son sustitutos del verdadero Dios fabricados por el hombre. Como Ingram señaló, «los otros dioses respecto a los cuales debemos preocuparnos se hallan, como siempre lo han estado, en los tronos del gobierno temporal, humano».
La definición bíblica de idolatría es por supuesto amplia. San Pablo declara que «ningún fornicario, o inmundo, o avaro, que es idólatra, tiene herencia en el reino de Cristo y de Dios» (Ef 5:5). Otra vez, en Colosenses 3:5, se hace referencia a «avaricia, que es idolatría». Lenski señaló: «Un sacerdote católico señala que durante sus largos años de servicio le confesaron toda clase de pecados y delitos en el confesionario pero jamás el pecado de la avaricia».

POR ESO, AL ANALIZAR EL SEGUNDO MANDAMIENTO,

Debemos Decir, primero, que el uso literal de ídolos e imágenes en la adoración está estrictamente prohibido. Levítico 26: 1, 2 dice esto con toda claridad:
No haréis para vosotros ídolos, ni escultura, ni os levantaréis estatua, ni pondréis en vuestra tierra piedra pintada para inclinaros a ella; porque yo soy Jehová vuestro Dios. Guardad mis días de reposo, y tened en reverencia mi santuario. Yo Jehová. Levítico 19:4 también ordena:
No os volveréis a los ídolos, ni haréis para vosotros dioses de fundición. Yo Jehová vuestro Dios. (Éx 34:17).
Otra legislación dice: Y Jehová dijo a Moisés: Así dirás a los hijos de Israel: Vosotros habéis visto que he hablado desde el cielo con vosotros. No hagáis conmigo dioses de plata, ni dioses de oro os haréis. Altar de tierra harás para mí, y sacrificarás sobre él tus holocaustos y tus ofrendas de paz, tus ovejas y tus vacas; en todo lugar donde yo hiciere que esté la memoria de mi nombre, vendré a ti y te bendeciré. Y si me hicieres altar de piedras, no las labres de cantería; porque si alzares herramienta sobre él, lo profanarás. No subirás por gradas a mi altar, para que tu desnudez no se descubra junto a él. (Éx 20: 22-26).
Guardad, pues, mucho vuestras almas; pues ninguna figura visteis el día que Jehová habló con vosotros de en medio del fuego; para que no os corrompáis y hagáis para vosotros escultura, imagen de figura alguna, efigie de varón o hembra, figura de animal alguno que está en la tierra, figura de ave alguna alada que vuele por el aire, figura de ningún animal que se arrastre sobre la tierra, figura de pez alguno que haya en el agua debajo de la tierra.
No sea que alces tus ojos al cielo, y viendo el sol y la luna y las estrellas, y todo el ejército del cielo, seas impulsado, y te inclines a ellos y les sirvas; porque Jehová tu Dios los ha concedido a todos los pueblos debajo de todos los cielos.
Pero a vosotros Jehová os tomó, y os ha sacado del horno de hierro, de Egipto, para que seáis el pueblo de su heredad como en este día. Y Jehová se enojó contra mí por causa de vosotros, y juró que yo no pasaría el Jordán, ni entraría en la buena tierra que Jehová tu Dios te da por heredad.
Así que yo voy a morir en esta tierra, y no pasaré el Jordán; mas vosotros pasaréis, y poseeréis aquella buena tierra. Guardaos, no os olvidéis del pacto de Jehová vuestro Dios, que él estableció con vosotros, y no os hagáis escultura o imagen de ninguna cosa que Jehová tu Dios te ha prohibido. Porque Jehová tu Dios es fuego consumidor, Dios celoso. (Dt 4:15-24).
Guardaos, pues, que vuestro corazón no se infatúe, y os apartéis y sirváis a dioses ajenos, y os inclinéis a ellos; y se encienda el furor de Jehová sobre vosotros, y cierre los cielos, y no haya lluvia, ni la tierra dé su fruto, y perezcáis pronto de la buena tierra que os da Jehová. (Dt 11: 16, 17).
Maldito el hombre que hiciere escultura o imagen de fundición, abominación a Jehová, obra de mano de artífice, y la pusiere en oculto. Y todo el pueblo responderá y dirá: Amén. (Dt 27: 15)
Esta ley no prohíbe los tallados, retratos o trabajo de arte en general. Los vestidos del sacerdote, por ejemplo, llevaban granadas (Éx 28: 33-34; 39: 24); el propiciatorio tenía a sus extremos dos querubines de oro (Éx 25:18-22; 37:7), y el santuario como un todo estaba ricamente adornado.
No es el uso religioso de tales cosas lo que se prohíbe, porque las granadas y los querubines tenían una función religiosa, sino que es el uso no autorizado por un lado, y su uso como mediación o manera de adorar a Dios lo que se prohíbe fuertemente. No pueden ser «ayudas» a la adoración; el hombre no necesita ayuda para adorar aparte de lo que Dios ha provisto.
Así que el primer mandamiento prohíbe la idolatría en general, en tanto que la segunda palabra ley la prohíbe más específicamente con referencia a la adoración.
El hombre puede acercarse a Dios solo en los términos de Dios; no puede haber mediación entre Dios y el hombre excepto la que Dios ha ordenado.
El razonamiento en cuanto a la idolatría es muy lógico. Como un escritor ha señalado, con referencia a los ídolos hindúes, el propósito de los ídolos es transmitir conceptos abstractos a la mente sencilla. El dios que se muestra con muchas manos simboliza la omnipotencia del ser supremo, y el dios con muchos ojos presenta la omnisciencia, y así por el estilo. Esta es una tesis inteligente y lógica, pero también totalmente errada.
Dios la prohíbe y por consiguiente lo deshonra y no recibe bendición. También ha sido causante de decadencia social y depravación personal. Siempre que el hombre empieza a establecer su propia manera de acercarse a Dios, acaba estableciendo su propia voluntad, sus propias lujurias, y finalmente estableciéndose como Dios. Si los términos para que el hombre se acerque a Dios los fija el hombre, los términos de la vida y prosperidad del hombre los dicta también el hombre y no Dios.
Pero la iniciativa le pertenece por entero a Dios, y por consiguiente el único acercamiento legítimo a Dios es por entero en sus términos y por su gracia. Esto, entonces, es él:
Segundo aspecto del segundo mandamiento: el acercamiento legítimo a Dios es ordenado enteramente por Dios. De aquí que el altar tiene que ser natural, y no manufactura del hombre; de aquí también que el sacerdote no puede revelar su desnudez: tiene que estar cubierto por entero por vestidos que definen el oficio de mediación, al mediador designado por Dios. Puesto que el orden de adoración establece la obra mediadora de Cristo, el acercamiento a Dios que señala Dios, no puede haber separación de ese orden sin apostasía.
Un tercer aspecto de esta palabra-ley es éste: así como se prohíbe una idolatría muy literal, también una bendición y maldición muy literales están integradas en la ley. Esto se indica con claridad en la declaración del mandamiento. Aparece en forma contundente en Levítico 26; los vv. 1-3 prohíben la idolatría, ordenan que se guarde el sabbat, y la reverencia por el santuario; y llama a andar en los estatutos y mandamientos del Señor en general. En los vv. 4-46 se muestra con toda claridad y plenitud las consecuencias materiales muy literales para la nación.
Una ley muy literal tiene consecuencias muy literales y materiales. La obediencia y desobediencia tienen consecuencias y resultados históricos centrales.
En breve, la religión, la verdadera religión, no es cuestión de decisión voluntaria sin repercusiones. Dios la requiere, y el incumplimiento de sus requisitos conduce a castigo divino. Dar por sentado que los hombres pueden adorar o no adorar sin consecuencias radicales para la sociedad es negar el significado mismo de la fe bíblica.
La vida de una sociedad es su religión, y si esa religión es falsa, la sociedad se dirige a la muerte. Se prometen bendiciones asombrosas materiales e indicativas si hay obediencia, pero «y si con estas cosas no fuereis corregidos, sino que anduviereis conmigo en oposición, yo también procederé en contra de vosotros, y os heriré aún siete veces por vuestros pecados» (Lv 6:23, 24). La obediencia, pues, no es cuestión de gusto, sino cuestión de vida o muerte.
Cuarto, la salud social hace necesaria la prohibición de la idolatría, porque su tolerancia significa suicidio social. La idolatría pues, no solo es castigable por la ley por ser perjudicial para la sociedad, sino que es, en verdad, un delito capital.
Constituye traición al Rey o Soberano, al Dios Todopoderoso.
Cuando se hallare en medio de ti, en alguna de tus ciudades que Jehová tu Dios te da, hombre o mujer que haya hecho mal ante los ojos de Jehová tu Dios traspasando su pacto, que hubiere ido y servido a dioses ajenos, y se hubiere inclinado a ellos, ya sea al sol, o a la luna, o a todo el ejército del cielo, lo cual yo he prohibido; y te fuere dado aviso, y después que oyeres y hubieres indagado bien, la cosa pareciere de verdad cierta, que tal abominación ha sido hecha en Israel; entonces sacarás a tus puertas al hombre o a la mujer que hubiere hecho esta mala cosa, sea hombre o mujer, y los apedrearás, y así morirán.
Por dicho de dos o de tres testigos morirá el que hubiere de morir; no morirá por el dicho de un solo testigo. La mano de los testigos caerá primero sobre él para matarlo, y después la mano de todo el pueblo; así quitarás el mal de en medio de ti (Dt 17:2-7).
Para la mente moderna, tiene lógica que se castigue con la muerte la traición al estado, pero no la traición a Dios. Pero ningún orden-ley puede sobrevivir si no defiende su fe medular con sanciones rigurosas. El orden-ley del humanismo conduce solo a la anarquía. Como le falta absolutos, el orden ley humanística tolera todo lo que niega los absolutos a la vez que guerrea contra la fe bíblica. La única ley del humanismo es, en última instancia, esta, que no hay ley excepto la afirmación de uno mismo. Es «Haz lo que quieras».
El resultado es el desprecio arrogante de la ley manifestado en un decreto amplio dictado en 1968 por el Comité del Condado Riverside (California) de Cleaver para Presidente, al promover la candidatura de Eldridge Cleaver, «Ministro de Información» de los Panteras Negras, y candidato del Partido Paz y Libertad para presidente de los Estados Unidos La declaración describía a Cleaver en parte de esta manera:
Ahora consideren a Eldridge Cleaver. Su «historia estadounidense» se puede decir muy rápido. Primero, fue invisible e irrelevante; un muchacho de un tugurio en Little Rock, gueto sacrificable en Watts. Luego fue un fastidio local, en 1954, cuando a los 18 años lo arrestaron por primera vez, por fumar marihuana. Luego se volvió una Amenaza Brutal; allí fue cuando lo encarcelaron por segunda vez, en 1958, por perturbar la belleza del sueño de algunas de las diosas blancas de los suburbios de Los Ángeles. Más tarde, cuando en su propia manera hermosa y contra increíbles probabilidades alcanzó su propia y distintiva hombría, ¿qué era? Prisionero político, en una nación que afirma ni siquiera saber el significado de estas palabras.
Los términos en que se describe su historial de violación indican el total desprecio del orden-ley bíblico de parte del comité. Tolerar un orden ley foráneo es un subsidio muy real del mismo; es garantía de vida para ese orden-ley foráneo, y una sentencia de muerte contra el orden-ley establecido.
Sir Patrick Devlin ha señalado el dilema de la ley hoy:
Pienso que es claro que la ley delincuente que conocemos se basa en el principio moral. En algunos delitos su función es reforzar un principio moral y nada más. La ley, tanto delincuente como civil, afirma ser capaz de hablar de moralidad o inmoralidad en general. ¿En dónde halla su autoridad para hacer esto y cómo resuelve los principios morales que impone? Sin duda, por cuestión de historia, deriva ambas cosas de la enseñanza cristiana.
Pero pienso que el estricto experto en lógica tiene razón cuando dice que la ley no puede ya descansar en doctrinas que los ciudadanos tienen derecho a descreer.
Es necesario, por consiguiente, buscar alguna otra fuente.
La crisis legal se debe al hecho de que la ley de la civilización occidental ha sido la ley cristiana, pero su fe es cada vez más el humanismo. La antigua ley, por consiguiente, no se entiende, ni se obedece, ni se impone. Pero la nueva «ley» hace de cada hombre su propia ley y cada vez más conduce a la anarquía y al totalitarismo.
La ley, dice Devlin, no puede funcionar «en cuestiones de moralidad respecto a las cuales la comunidad como un todo no está profundamente embebida con un sentido de pecado; la ley se doblega bajo un peso que no está construida para llevar y puede quedar permanentemente retorcida». Todavía más.
Un hombre que concede que la moralidad es necesaria para la sociedad debe respaldar el uso de los instrumentos sin los cuales no se puede mantener la moralidad. Los dos instrumentos son el de la enseñanza, que es doctrina, y el de la imposición, que es la ley. Si se pudiera enseñar moral solo sobre la base de que es necesaria para la sociedad, no habría necesidad de la religión en la sociedad; se dejaría como algo puramente personal. Pero no se puede enseñar moralidad de esa manera. La lealtad tampoco se enseña de esa manera.
Ninguna sociedad ha resuelto todavía el problema de cómo enseñar moralidad sin religión. Así que la ley debe basarse en la moral cristiana y hasta el límite de su capacidad para imponerla, no solo porque son la moral de la mayoría de nosotros, ni porque son la moral que enseña la iglesia establecida en estos puntos la ley reconoce el derecho a disentir sino por la razón contundente de que sin la ayuda de la enseñanza cristiana la ley fracasará.
En breve, las leyes de una sociedad no pueden elevar a un pueblo por sobre el nivel de la fe y moralidad del pueblo y la sociedad. Un pueblo no puede legislarse a sí mismo por encima de su nivel. Si sigue la fe cristiana en verdad y en obra, puede establecer y mantener ley y orden santos. Si la fe es humanística, el pueblo será traidor a todo orden-ley que no condona su aseveración propia y su irresponsabilidad.
La cuestión entonces es básica: ¿qué constituye traición en una cultura? ¿Idolatría, o sea, traición a Dios, o traición al estado? ¿Cuál es el principio fundamental del orden la base necesaria de la existencia y salvación del hombre, Dios o el estado? La traición al estado es un concepto que se puede usar para destruir a los santos, y eso se hace en los países marxistas.
La traición se puede definir como la Constitución de los Estados Unidos en el artículo III, sección 3 la define de manera muy estrecha y cauta, pero, ¿qué si el enemigo del ciudadano resulta ser el estado convertido en traidor a su propia Constitución? Para el cristiano, es la idolatría lo que por sobre todo lo demás constituye traición al orden social.
Quinto, hemos visto que, mientras que la idolatría se define en forma estrecha, también se define en forma amplia, o sea, como codicia. Pero la idolatría involucra cualquier y todo intento del hombre de guiarse por su propia palabra en lugar de por la palabra-ley de Dios. Esto a menudo se hace devota y piadosamente.
Muchos padres son pecadoramente pacientes o indulgentes con sus hijos inicuos, o los esposos con las esposas, o las esposas con los esposos, con la anhelante esperanza de que Dios milagrosamente cambie al descarriado. «Estoy orando siempre», afirman, y añaden que todas las cosas son posibles para Dios.
Pero esto es arrogancia horrible y pecado. Sí, todas las cosas son posibles con Dios, pero no podemos vivir en términos de lo que Dios puede hacer sino solo en los términos de lo que su ley palabra requiere. Esperar una conversión, o avanzar en esperanza, es un sustituto pecaminoso por más piadosamente que lo disfracemos de la obediencia a Dios y la aceptación de la realidad bajo Dios.
Tal curso es convertir nuestra esperanza en ley-palabra, y dejar sin efecto la palabra-ley de Dios. Samuel le dijo esto con claridad a Saúl, declarando: «Porque como pecado de adivinación es la rebelión, y como ídolos e idolatría la obstinación» (1ª S 15: 23). No se nos permite llamar a nuestra obstinación y rebelión otra cosa que pecado.

El único acercamiento legítimo a Dios es, pues, la forma que él provee, y esa forma se resume en la persona de Jesucristo. Todo otro camino es idolatría, aunque se presente en el nombre del Señor.